“Cuando se vive en la ignorancia se vive en una cárcel”

11 de Julio 2013

“Cuando se vive en la ignorancia se vive en una cárcel”

Entrevistas

Hoy entrevistamos al doctor en Pedagogía y en Filosofía Francisco Esteban Bara, nos hablará del momento por el que está pasando la educación y su visión de esta.

¿Nos puedes hablar sobre tu carrera, tus intereses y tu actividad docente?

Estudié Educación. Empecé con Pedagogía, luego me fui a la rama de Psicopedagogía,. Comencé a hacer investigación en el área de Psicología educativa y fue entonces cuando me empezó a interesar, más por lectura personal que por otra cosa, el tema de la moral y de los valores, de educación, de manera que cambié la tesis que en aquel momento estaba realizando sobre Psicología educativa por Educación moral. Una vez acabada y leída, la vida académica o intelectual me condujo a la filosofía. De hecho, creo que tendría que haber sido mi primera opción. A partir de ahí, realicé cursos de Filosofía y leí la tesis en esa materia.
En cuanto a las áreas de investigación, me interesan mucho el tema de formación de profesores, de ética. Últimamente estoy muy centrado en la educación del carácter y en la idea de universidad o idea filosófica de universidad y, por tanto, en formación universitaria.

Desde una perspectiva histórica, ¿en qué momento se encuentra la educación o la educación universitaria?

Estamos un poco desorientados. Creo que hemos avanzado mucho y muy rápido en muchos sentidos, como por ejemplo en el mundo de las ideas. Eso nos ha hecho ganar en determinados aspectos pero, al mismo tiempo, hemos perdido las preguntas radicales (y de raíz) en el sentido de Ortega y Gasset. Prueba de ello es que si sumamos todos los journals de educación de ámbito anglosajón del año pasado, el autor más citado fue Aristóteles, algo que demuestra que hay una necesidad de volver a las fuentes y a las escrituras originales y a replantearnos, sobre todo en el ámbito de la educación universitaria, qué estamos haciendo.
También puede detectarse cierto malestar si atendemos a los libros que más triunfan hoy en día: son aquellos que dejan la educación en un mal lugar y aseguran que todo está perdido. Algunos de estos autores exageran en su pesimismo; otros no resultan demasiado fiables desde diversos puntos de vista; sea como sea demuestra esta realidad de desorientación. Deberíamos hacer un paro en el camino y cuestionarnos hacia dónde vamos y qué estamos haciendo realmente.

En los últimos tiempos hay muchas referencias a una supuesta (verdadera o falsa) crisis de valores. ¿Este diagnóstico sería acertado o erróneo? En caso de que sea así, ¿qué puede hacerse desde la educación para revertir esta crisis?

Si tomamos la acepción de crisis como algo que está devaluado, hay mucha gente que sí consideraría que valores o virtudes como el concepto de autoridad, de respeto o de solidaridad están desustanciados. Creo que la idea de autoridad, la idea platónica de autoridad que todos tenemos en mente, es la misma en el siglo XII y en el XXIV; eso no significa que esa idea no se adapte a las circunstancias; por ejemplo, hoy no hace falta llamar de «usted» al profesor para mostrarle respeto.
Aristóteles decía que la virtud se encuentra en el término medio entre dos cosas; por ejemplo, la valentía es el término medio entre la cobardía y la temeridad. Bajo mi punto de vista, los valores de hoy en día están en crisis en tanto que hemos perdido el término medio y la báscula no está equilibrada.
En el ámbito educativo se dan dos asuntos esenciales: el individuo y la comunidad. Por un lado, tenemos al alumno; por el otro, lo comunitario. El individuo es quien es, pero es quien es gracias a la comunidad, o por la comunidad y en la comunidad. El liberalismo moderno –que proviene de los preceptos kantianos, de la Ilustración, del «atrévete a pensar»; en definitiva, del hecho de situar al individuo por encima de la comunidad– fue una reacción lógica a todo el peso comunitario que veníamos arrastrando históricamente, pero parece que nos hemos ido al otro extremo: ahora el individuo tiene una entidad por sí solo y, a menudo, lo que opina uno tiene más entidad que la verdad de las cosas. Vivimos en una sociedad de opinólogos, donde la verdad parece ser lo de menos. Al mismo tiempo, se le da una importancia tremenda a los deseos y a las apetencias individuales.
Hay autores que han sido muy críticos y hablan del fracaso del proyecto ilustrado. Existen autores que hablan incluso de la imposibilidad de llegar a acuerdos sociales o comunitarios porque hemos llegado a extremos desde los que es muy difícil entenderse. En la Grecia clásica estaban muy claros esos modelos; el que quería ser guerrero tenía que ser como Aquiles, el que quería ser intelectual tenía a Homero como modelo. Hoy en día se han diluido los referentes inamovibles: cada uno se construye sus propios referentes.

Y desde la escuela o la educación, ¿qué se podría hacer? ¿Tiene algún papel para resolver esta crisis?

La escuela tiene un problema grave desde ese punto de vista, porque se le ha restado autoridad. Si antes escuela, familia, estudiantes, comunidad y Estado iban en una misma dirección, ahora van por distintos caminos, hasta que llega el momento de sentarse a una mesa y dialogar para ver qué es lo mejor. Creo que se trata de una opción muy contractualista.
En Francia, hace poco se ha prohibido el uso de móviles en la escuela y creo que no ha salido ningún artículo o movimiento en contra. En este caso, nadie está discutiendo que con el móvil se pueda aprender, sino que distrae más que ayuda, como los profesores podemos comprobar. Hasta que no se lleguen a acuerdos y la educación se convierta en un tema político, que la escuela recupere la autoridad moral de educar parece un camino lleno de obstáculos, sobre todo para el maestro.

¿Crees que a partir de ese impulso comandado por la escuela se podría revertir a pesar del papel en que se encuentra devaluado por la sociedad?

Creo que sí. Lo que he dicho no está reñido con que nuestras escuelas estén llenas de grandes maestros. Aunque nos centremos en los aspectos negativos, que son los que más nos llaman la atención, también hay escuelas exitosas, y experiencias educativas exitosas y maestros que efectivamente son maestros, y eso es de alguna manera lo que nos salva. Pienso que son ellos quienes nos podrían enseñar modelos de cómo hacer las cosas bien, en el sentido filosófico de la palabra, o de una manera buena, adaptándose a las circunstancias de hoy en día. Por ejemplo, ya no es necesario castigar al alumno como se hacía antes, hay otras maneras de advertirle de que lo que está haciendo no es adecuado. Al final tenemos que fijarnos, como siempre en el mundo educativo y de la pedagogía, en estos casos que son paradigmáticos.

Has publicado un libro titulado Ética del profesorado (Herder, 2018). ¿Cómo se diferencia un profesor que tiene ética del que no la tiene? ¿Puede haber un profesor que no sea ético o sería una contradicción de los términos?

Sin caer en el darwinismo, podríamos establecer una clasificación. Existen profesores que literalmente deberían haberse dedicado a otra cosa. Es algo que percibes cuando eres estudiante; se trata de uno de los déficits del sistema educativo: cómo es posible que haya gente que se dedique a la educación cuando demuestra –por la mirada, por la actitud– que la educación le importa poco. Luego hay profesores que se limitan a cumplir con un código ético, que respetan a los alumnos, que tratan de ser veraces con la información que transmiten, que no adoctrinan, que son responsables, que trabajan… son actitudes aplicables a cualquier profesión. Cuando hablo de ética del profesor no me refiero a que el maestro cumpla con este código deontológico, sino que convierta el acto educativo en un acontecimiento ético. No puede haber profesor sin ética, porque la educación es ética. El hecho de querer llevar a alguien hacia su mejor versión, a lo mejor que puede ser, y vuelvo a Aristóteles: el hecho de cogerlo en el acto y llevarlo a la potencia es un acontecimiento ético, principalmente porque eso que uno está tratando, o a lo que le está dando forma, es una persona, y por lo tanto está en el orden de la ética.
En ese sentido hay lecturas interesantes, como la de Gusdorf y su libro ¿Para qué los profesores? En él nos recuerda que un profesor debería plantearse algunas preguntas cada vez que se planta en el aula: ¿qué hago aquí? ¿Qué espera de mí la gente que tengo delante? Hay que tener presente que la educación es un acontecimiento ético, una experiencia entre dos personas en la que suceden cosas éticas.

En relación a estos ejemplos de cultura clásica y con tu bagaje en filosofía, últimamente el estudio de humanidades parece estar en tela de juicio por parte de algunos sectores. Desde tu punto de vista, ¿qué importancia tiene para la formación de una persona tener estudios de humanidades?

Parece increíble que tengamos que justificarnos año tras año. Las humanidades forman parte de la condición humana. En Estados Unidos hay colleges de artes liberales. Cuando se escucha lo de «arte liberal» se asocia directamente a la vida bohemia, pero no se trata exactamente de eso. Cuando se instauraron, las artes liberales tenían la función de liberar a la persona de la peor prisión que puede haber, que es la ignorancia. Cuando se vive en la ignorancia se vive en una cárcel. Un ejemplo: alguien que no conoce un idioma y se encuentra en un contexto en el que se habla ese idioma, vive en una cárcel, puesto que no se entera de nada de lo que dicen. Lo mismo ocurre con todos los conocimientos de artes liberales.
En otras épocas lo han tenido muy claro, pero no ocurre ahora. No se trata de aprender literatura u oratoria o música o historia porque sí o para ganar la partida al Trivial, se trata de aprender materias humanísticas porque te forman como persona. Y un profesor que está dando clases de biología, pero que al mismo tiempo posee conocimientos de historia o de cine, puede explicar la biología mucho mejor.
Cuando alguno de mis alumnos me ha preguntado alguna vez de qué sirve el latín, le respondo con una pregunta: «¿Tú sabes latín?» Cuando me responde que no, le digo «Pues a ti no te sirve para nada». Se puede vivir sin saber latín, pero estoy convencido de que si sabes latín puedes vivir mucho mejor.

¿Cómo crees que puede enseñarse en el aula la formación cultural?

Primero convencernos de que la formación humanística es necesaria. Me he referido hace un momento al acontecimiento ético de la educación, del profesor como alguien que da forma a una persona. Una de las preguntas típicas que les planteo a los estudiantes que empiezan la carrera de Educación es por qué la han elegido. Y una de las respuestas típicas es decir que porque me gustan los niños. Es entones cuando les recuerdo a mis estudiantes que lo que sirve no es que te gusten los niños, sino que tú les gustes a los niños. Si uno se fija en los grandes maestros que han marcado tu vida, en esos que uno se lleva a la tumba, o si lee las biografías de grandes personajes, en el profesor Keating de El club de los poetas muertos o el profesor Germain, al que Albert Camus le escribe una carta después de ganar el Nobel de Literatura, se da cuenta de que todos esos maestros célebres querían a sus alumnos, cómo no, pero lo más importante es darse cuenta de que lo que ellos consiguieron enamorar a los alumnos, y ese es precisamente el quid del acontecimiento educativo. Hay maestros que enamoran por cómo explican las cosas, por cómo nos miran, por cómo nos dicen ahí te has pasado o felicidades. García Morente decía que un profesor tenía que ser un donjuán y enamorar al personal, estos maestros
cuentan claramente con formación cultural, porque uno enamora con discursos o con maneras de actuar o de ver que sólo adquieres a través de esa formación cultural. La formación de maestros en nuestras universidades tiene otro problema: la supuesta formación que debería venir del Bachillerato se ha perdido por el camino. Un maestro empieza como todas las carreras: te meten en un tubo y ese tubo es exclusivamente tu área de conocimiento; es como si hubieran el verdadero significado de la palabra «universidad».

En cuanto a las nuevas tecnologías, las redes sociales permiten compartir conocimientos, y parece que toda la cultura está a nuestro alcance gracias a Internet. ¿Es posible que pueda revertir una situación así?

Negar que Internet es un bien tecnológico cultural desde muchos puntos de vista sería negar la evidencia. Hoy en día en dos minutos tienes la información que deseas, puedes visitar el Louvre en un momento. No obstante, que tengamos esa disposición no implica que le demos un buen uso, y me atrevería a decir que en muchas ocasiones uno confunde tener información con pensar que uno sabe todo lo que debería saber. O peor aún: la creencia de que toda la información es verdadera simplemente porque está en Internet, algo que está provocando situaciones kafkianas. Un ejemplo: el otro día leía que entre el sesenta y el setenta por ciento de gente que va al médico le discute el diagnóstico al doctor. La razón es que el paciente antes de ir a la consulta busca sus síntomas en Google. En el mundo de la educación es importante tener este asunto en cuenta. Se está perdiendo el poder de la conversación, un método de aprendizaje que empezó con Sócrates y que no ha pasado de moda. El problema es que en las nuevas tecnologías todo es rápido e instantáneo, algo que hace que no se aprecie la importancia de la lentitud. En muchos sentidos, también en educación, la lentitud es un rasgo positivo. El mal uso que se le está dando a las nuevas tecnologías puede ir hinchando el hecho educativo. Solo hay que esperar que no lo desinfle…

Ha cambiado el rol del profesor como persona que tiene la sabiduría a transmitir. En el aula puede pasar que haya alumnos que saben cosas que el maestro desconoce, o bien lo que han leído no sea verdadero. Se ha alterado el foco de sabiduría… ¿cómo afecta esto al maestro y dónde sitúa la figura del profesor?

Es algo que pone al maestro en un brete, y resulta interesante. Antes el maestro se colaba, podía decir cualquier cosa, inventada incluso, y no pasaba nada; ahora el profesor dice que Bernard Shaw era enemigo de Winston Churchill y el alumno que tiene delante lo está buscando en Google. Dar clase hoy día es como estar en una prueba permanente. A mí me parece bien porque obliga a los profesores a ponerse las pilas para no quedar en evidencia. También es cierto que en algunos temas el alumno sabe más que el profesor.
En lo que sí me atrevo a decir que por definición el maestro sabe más que el alumno es en cómo pensar sobre las cosas. La relación educativa no es una educación democrática desde el punto de vista filosófico y de conocimiento. De hecho, la educación nació porque había alguien que tenía que enseñar algo a otro, y es en ese momento cuando se rompe la democracia. Otra cosa es que el sueño y el objetivo de la educación sea convertir esa relación en algo democrático. Es lo que le gustaba tanto a los griegos, que el discípulo superase al maestro, algo que ocurrió con la triada más importante de la historia del pensamiento: Sócrates, Platón y Aristóteles. Ese es el secreto de la educación, que al final se convierta en una democracia porque todos pueden opinar de la misma manera, y esto sin duda no ocurre al principio. Hay discursos pedagógicos que sostienen que en clase todos saben lo mismo, pero sospecho que quien se plantea así la pedagogía no empieza con buen pie. Otra cosa es que uno, para llegar adonde quiere llegar, dé voz a los estudiantes, pero no confundir los churros con las merinas porque eso puede conducir a la nada. O eso creo.