«En nuestra sociedad, la educación intelectual es la que más se tiene en cuenta»
Jordi Planella Ribera es educador social, pedagogo y doctor por la Universitat de Barcelona. Ha trabajado en el campo de la infancia, las persones adultas con discapacidad y el trabajo comunitario. Su investigación se centra en la construcción social de la profesión del educador social, la historia de la educación social, la pedagogía de la diversidad funcional y la teoría corporal.
Háblanos un poco de tu carrera
Me gusta definirme como educador social. Empecé, como mucha gente, vinculado a actividades de tiempo libre, hasta que con 18 años me propusieron un contrato para trabajar con proyectos comunitarios de educación de calle, sin ninguna titulación, que es algo muy habitual en este campo. Luego lo combiné con la formación de Pedagogía. Durante unos diez años he trabajado con personas con discapacidad, dinamizando proyectos comunitarios… en los últimos años lo he combinado con una plaza de profesor asociado en la Universidad Ramón Llull, que para mí es uno de los ejes de trabajo más importantes.
Una de mis preocupaciones es que la Universidad vive de espaldas a la realidad en muchos sentidos, y haciendo de profesor es difícil mantener ese contacto con la realidad, que es algo fundamental en el campo de la educación. Has de buscar formas, aunque sean un poco extrañas, de mantener el contacto.
En la Universidad he dado clases, antes en Educación Social y ahora en Criminología y en el Máster de Psicopedagogía. Doy clases que tienen que ver con la diversidad funcional, con el prácticum, otras con enfoque de filosofía de la educación. Pero incluso a las asignaturas prácticas trato de dar una visión más amplia y reflexiva.
¿Cómo definirías la educación corporal?
Es difícil de definir. Yo empecé a trabar en esos temas en el año 2000, aunque no le llamábamos de esa forma. Separar a la educación corporal de la educación general siempre te lleva a hablar de una educación general, más holística. Pero al principio es mejor segmentar. En nuestra sociedad, la educación intelectual es la que más se tiene en cuenta. Luego está la educación moral o ética, que también se trabaja. Y por último está la educación física, muy cercana a la educación corporal. Estas dos últimas son distintas, aunque es cierto que a veces se pueden sobreponer, y de hecho es interesante que eso pase.
Os pongo un ejemplo, que sucedió hace unos días en la clase de mi hija mayor. El profesor anuncia actividad física. Los niños, fútbol, y las niñas volleyball. Mientras, el profesor mirando el teléfono. Esto no tiene nada que ver con la educación corporal. Esto sucede a menudo, ahora igual que antes.
Cuando hablamos de educación física hablamos de temas como salud, velocidad, rendimiento, más vinculado al deporte, mientras la educación corporal tiene que ver con el desarrollo de la persona, de cómo se siente con su cuerpo. En muchos de mis proyectos de exclusión social creo que una de las formas de incluirse en la sociedad pasa por el verbo incorporar. Quiere decir levantarse, ponerse de pie, quiere decir meterse de nuevo en la sociedad.
En la escuela podríamos hacer una división de los sujetos. Los que tienen una posición más intelectual y los que la tienen más corporal. Los primeros aprenden fácilmente, los segundos, los que más se mueven, son los que tienen mayor vinculación con su cuerpo, y muchas veces son los que molestan.
Luego hay un tema que tiene que ver con la tradición y la educación más tradicional, que nos presenta al cuerpo como algo peligroso, algo que molesta. No es solo una tradición, una idea católica, sino también algo arraigado en el pensamiento, con Platón, que hablaba de que el cuerpo es una prisión para el alma, o esa mirada negativa de Descartes, que ve el cuerpo como algo que molesta para acceder a la razón.
Y muchas veces el maestro se preocupa mucho por el desarrollo intelectual pero deja de lado el cuerpo, el cuerpo es algo molesto, que recuerda que los niños son seres vivos y que se pueden mover.
¿Es esto algo muy propio de la cultura occidental?
Hay comunidades indígenas en Oceanía y en Asia, como los cananeos, que dicen que el concepto de cuerpo fue importado. Para ellos, el cuerpo no se puede separar de la persona, del todo. La educación corporal pasa por plantear esa idea unitaria, no separar la mente del cuerpo o del espíritu. En muchas culturas indígenas latinoamericanas no funcionan como nosotros, no ven el cuerpo como algo negativo. Nosotros, como mediterráneos, somos mucho más corporales que los nórdicos, pero cuando pones a un niño de Barcelona junto a uno de Río de Janeiro te das cuenta de las diferencias en su relación con su cuerpo. Se ve con los jugadores de fútbol, es una cultura distinta de relación con el cuerpo. Aquí impera una mirada negativa, ese sustrato de la moral que siempre va resurgiendo.
¿Danza y teatro entran en esta idea de pedagogía del cuerpo? ¿Qué otras disciplinas lo harían?
Tengo bastante claro que la danza está incluida en esto. Brasil es el único país que ha puesto la asignatura de danza como obligatoria en las escuelas. Pero no cualquier danza: cuando analizo la danza clásica, por ejemplo, esa dureza del baile frente al espejo, la veo relacionada con la rigidez. Para la pedagogía del cuerpo pienso en otra cosa. En el movimiento libre, en la expresión de lo que el sujeto lleva dentro. En eso sí que casaría con la idea de educación corporal.
Pensemos por ejemplo en una clase de segundo de ESO, donde se estudie historia medieval, en una ciudad como la mía, Girona. Puedo explicar que la muralla de la ciudad es de origen romano y medieval, pasando un powerpoint, o puedo coger el grupo de estudiantes, camino 500 metros, y nos desplazamos por la muralla, son dos quilómetros. La podemos oler, tocar, abrazarla. Es un ejemplo de una forma de aprendizaje que va más allá. Puedo explicar en tercero de primaria qué es un quilómetro, o puedo llevarlos a caminar un quilómetro, es un quilómetro sudado, vivido.
O sea que la educación no debería estar confinada en espacios concretos…
No es nada nuevo, todo el nuevo sistema de aprendizaje de la República ya planteaba sacar a los niños de las aulas, enseñar de manera distinta. Es verdad que en algunas comunidades se está implementando esta ruptura con los espacios, organizando espacios comunes, sin aulas. Pero la transformación del espacio también ha de traer prácticas distintas. No ha de ser una lección de palabra, unidireccional, no ha de ser la única forma.
Me gustan las palabras tacto y táctica. El primero, el contacto de la piel, la posibilidad de comunicar a través de la piel, tiene que ver con la libertad, con romper esas ideas encorsetadas, con la rigidez. Y la táctica tiene que ver con cómo instruir un cuerpo. Como esa experiencia de saltar el plincton, es una cuestión de táctica.
¿Qué cambios implicaría la introducción de estas pedagogías en la escuela?
En primer lugar hay algunas cuestiones previas que tienen que ver con cambiar la mirada hacia los sujetos, por ejemplo a los adolescentes, que a veces vemos como elementos peligrosos. En el campo de la pedagogía, hay romper con la mirada disciplinar, irme a otras disciplinas, como antropología, sociología, arte… dialogar con autores de esos otros campos, leer textos con las experiencias de otros.
Por ejemplo, tenemos el tema de la pedagogía transgénero, diversidad sexual y educación. Lo puedes plantear desde un punto de vista clínico, ver qué sucede cuando alguien manifiesta su deseo homosexual. Pasan muchas cosas, quizás que el sujeto reciba miradas discriminadoras, bullying… hay ahí todo un trabajo para hacer entender que esa diversidad debería ser normal.
Lo complicado es como romper en estas cuestiones. Hay mucha diferencia entre primaria y secundaria. Los maestros de primaria se centran en la cuestión más pedagógica, y en secundaria hay una mayor especialización. Pero creo que es una cuestión de deseo, de deseo de formar a los sujetos, de abrir las mentes a otras maneras de enseñar, algo que creo que mucha gente está haciendo, a través de temas como la educación corporal o la pedagogía sensible pero con otras cosas.
Por ejemplo la tecnología. Es interesante, pero muchas veces se termina convirtiendo en una táctica, que es una palabra que viene de lo militar. Para mí la educación es otra cosa, un encuentro, algo mágico, que no opera a través de fórmulas sino de lo que pasa cada día, las emociones, la pasión.
Por ejemplo, cada vez más colegas optan por no usar el power point, porque se dan cuenta de que el otro no está atento a lo que tú dices, sino a lo que está escrito. El intercambio acaba por diluirse.
¿Cómo se articula esta pedagogía con la tecnología virtual?
En los campus on line, en universidades con plataformas, históricamente el profesor colgaba un mensaje de texto aséptico, como de quirófano, sin pasión. Yo hace años que uso algunos conceptos como despedirme con un abrazo, uso palabras que tienen que ver con el cuerpo. O les enviaba a los alumnos fotos mías, o les explicaba cosas sobre mí. El sistema a través del texto no sería tan diferente a una relación epistolar, pero ahora cada vez más hay una comunicación por vídeo. En este sistema no puedes oler, pero al menos puedes ver, hay una diferencia porque puedes ver el cuerpo del otro.
En algunos países lo viven de otra manera, en Latinoamérica es todo más corporal, no es tan académico, no hay tanta distancia entre alumnos y profesores, es más una comunidad de sujetos que se preguntan.
En esos países, el impulso de estas temáticas es más potente, aunque como no publican en inglés, su reconocimiento a nivel internacional queda más reducido.